Hasta ahora he mencionado dos tipos básicos de esposibles: arquitectos y traductores. Hoy amplío el campo de esposibilidades al último reducto de la sensibilidad masculina, si es que eso existe: la pediatría.
Qué lleva a un médico a elegir su especialidad siempre ha sido un misterio para mí. Creo que nunca entenderé los sórdidos motivos que llevan a alguien a dedicar la vida a contener las náuseas ante aberraciones a flor de piel (dermatólogos) o bajo la piel (cirujanos). Pero los pediatras, ¡oh, los pediatras!
Acompañas a un niño a la consulta y despliegan todo su humor y su ternura (¡tienen!) para que el niño malito se ría, abra la boca o se deje pinchar. O quizá llegas una mañana a Urgencias y te encuentras a un pediatra con los ojos arrasados en lágrimas diciendo que va a dejar la profesión. Y te imaginas, claro, una desgracia terrible.
Vale, puede que haya dos o tres doctores Houses metidos a pediatra, pero esos, en el pecado llevan la penitencia: los niños son inmunes al sarcasmo. ¡Ahí les duele!
En fin, qué les voy a decir. Ah, sí, lo de siempre:
¡¡¡Pediatras a mí!!!
martes, 26 de enero de 2010
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